domingo, octubre 19, 2003

Francisco Ortiz. Granada

Yo también empecé a creer en otro tipo de literatura leyendo a Vázquez Montalbán. Los mares del Sur cambió mi actitud lectora y quizá también mi aptitud lectora. Recuerdo que, como Premio Planeta, fue mal recibida - lo leí en fotocopias, más tarde, entonces sólo tenía doce años - y mi admirado Rafael Conte la puso mal en las páginas de El País, acusándola de que había poco de novela y mucho de reportaje. Pero el tiempo - y los lectores y otro tipo de lecturas, más atentas, menos prejuiciosas - alzaron paulatinamente la novela y la situaron donde ya se ha quedado: en una cima sin etiquetas, sin dudas y con tantos admiradores que nada puede ya bajarla. En Almería, un profesor, Gabriel Núñez, defendía a Vázquez Montalbán y hablaba de él con igual pasión con que defendía la obra de Juan Goytisolo, tan distintas, tan diferentemente valoradas por la cultura oficial y nacional. Un joven escritor, Juan Herrezuelo, también leía su obra con fruición y disfrutaba con las páginas llenas de ingenio, sentimentalismo del bueno, profundidad
social y política de un escritor verdaderamente comprometido, comunista hasta su muerte, hoy, 16 de octubre. Un poeta, hoy director de una revista, Diego García Campos, destacaba más La Rosa de Alejandría, una novela más cercana a una mentalidad más local o localizada. Y yo era el muchacho al que su padre llamaba cuando en la tele aparecía Montalbán, era el amigo al que se le decía Ya ha salido otra de Carvalho, era el que creía en la novela negra y consideraba a nuestro escritor uno de los más grandes, antes de El Pianista, El estrangulador, Galíndez, porque participaba en los descubrimientos de Carvalho, en sus pesquisas que hacían la crónica de un tiempo, nuestro tiempo, sin mentirnos, desde cerca, poniendo en cada frase algo de verdad y meditación, de la asombrosa lucidez de su autor. Dentro de muchos años se consultarán estas novelas antes que los libros de
historia, se ratrearán las vidas de personajes reales y acontecimientos históricos,
y se llegará a ese punto inmarcesible de reconocimiento en que no valdrá opinar sobre Carvalho, sino imaginar qué hubiera opinado él sobre nosotros, sobre nuestra época. Que haya muerto Vázquez Montalbán a la par que concluía la que iba a ser la última novela del ciclo Carvalho, según sus planes iniciales, confesados hace ya muchos años, y luego modificados porque era un personaje vivo, porque ambos eran personajes vivos, adensa el nudo que tengo en la garganta: casualidad dolorosa, que te deja la mirada turbia y la mente confusa, que te deja apabullado y más desnudo y vulnerable como ser humano. Vázquez Montalbán se ha muerto y hoy pienso que la muerte existe, a mis treinta y cinco años pienso que algún día también yo he de morir.


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