viernes, noviembre 07, 2003

EL PERIÓDICO DE CATALUNYA. SUPLEMENTO LIBROS 31-10-2003

Felices obras maestras (II)
Ricard Ruiz Garzón


La verdad sobre el caso Savolta nació en Holanda, el apellido de su personaje viene de Sa Volta Ciclista y sólo gracias a la censura apareció en el título de un original que se llamaba Los soldados de Cataluña. He aquí, en confesión de Eduardo Mendoza, tres de los aspectos menos conocidos de La verdad sobre el caso Savolta, que celebró el 30° aniversario de su contratación este verano y que acaba de reeditar en tapa dura Seix Barral. "Tardé tres años en escribirla y repetí hasta tres versiones, una de ellas de casi mil páginas, pero la he releído y me acuerdo de casi todo", se sorprende Mendoza al hablar de la novela ganadora en 1976 del Premio de la Crítica --desbancando a El otoño del patriarca "porque García Márquez era más conocido que la Moños"-- y señalada en una encuesta de 1991 como "la más significativa" de la democracia.

Antes de acometer esas versiones, para cuya redacción hubo de "estirar" el tiempo libre de su empleo en el Banco Condal, Mendoza sólo era un joven abogado con ínfulas literarias que había visto rechazado su primer manuscrito --"una novela ligera y poco ambiciosa, como El misterio de la cripta embrujada pero en malo", rememora-- y que en un viaje a La Haya en 1969 había tenido una súbita inspiración: "Asqueado por el frío y la lluvia, y a partir de unas lecturas que hice en Londres, se me ocurrió una historia de anarquistas que empezaba con frío y lluvia en Holanda...". Aquella historia, que al final se redujo "a tres líneas y unos holandeses aún presentes en la novela", se unió a la "pasión" de Mendoza por el anarquismo y a las andanzas de un industrial que hacía contrabando, primero de artículos textiles y al final, cuando el autor decidió que "los calcetines tenían poco glamour", de armas.

'LOS SOLDADOS DE CATALUÑA'

Nacía así Savolta, cuyo nombre, admite Mendoza, fagocitó "con cierta inconsciencia" al oír en la radio: "Sa Volta Ciclista arriba avui a Sóller...". Y nacía también, en "disciplinadas tardes de oficinista", el manuscrito Los soldados de Cataluña, que ultimó combinando "un mar de fichas y papeles" con "visitas a presas como la de Tremp para conocer la revolución eléctrica de principios de siglo". Tras mover la novela --"un crítico hoy famoso la rechazó"--, Mendoza vio un anuncio para ser traductor en la ONU y, "harto de necesidades", con 27 años, se presentó y fue admitido, en Nueva York. Las pruebas, eso sí, le recordaron sus días de estudiante y a su excompañero Pere Gimferrer, a quien prestaba libros de Derecho. "Sabía que Pere trabajaba en Seix Barral, así que le llamé y, aunque me confundió con un primo mío, aceptó leer la novela", recuerda. Una semana después, Gimferrer le dijo que la publicaría.

"Fue en Cadaqués, en julio de 1973 --revive Mendoza--. Recibí un telegrama y llamé desde la única cabina que había para saber que contrataban la novela". La noticia no impidió su viaje a Nueva York, donde vivió 10 años y sólo recibió "ecos" de la acogida del libro, que tardó casi dos años en salir (el 23 de abril de 1975, último Sant Jordi franquista). Sobre esa tardanza, que para Gimferrer fue "razonable y ajustada a contrato", Mendoza ve hoy algo de suerte: "En 1975 todo el mundo leía la prensa por la salud de Franco y eso multiplicó la difusión del libro".

El último escollo antes de publicar los primeros 4.000 ejemplares fue la censura voluntaria: la novela pasó, pero un deslucido comentario del informe --"el título no tiene nada que ver con el contenido"-- aconsejó cambiar Los soldados de Cataluña por su título definitivo, propuesto por Gimferrer a partir de uno de los citados por Mendoza como fuente: La verdad sobre el terrorismo, de F. de P. Calderón.
Destacada con antelación en Tele/eXpres --donde Josep Maria Carandell, que acababa de incorporarse a Seix Barral y se ocupó de su promoción, la elogió--, La verdad sobre el caso Savolta fue valorada como "un acontecimiento inolvidable" (Rafael Conte), "íncreíble, excepcional y fascinante" (Rosa Mª Pereda). Tres décadas después, Gimferrer dice que la obra, "una de las mejores del siglo XX, comparable a hitos como El Jarama", crece con el tiempo. Mendoza concluye: "Es apañadita, pero da rabia que algunos crean que no la he superado. Aunque hoy me daría pereza repetirla; ya no me veo llenando el piso de papeles y arrastrándome para ordenarlos".

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