viernes, diciembre 19, 2003

Diario Las Últimas Noticias. Chile. Miércoles 17 de diciembre de 2003

Una novela color de hormiga: "Poderes fácticos", de Carlos Tromben

Vicente Montañés

Poderes fácticos
Carlos Tromben. El Mercurio-Aguilar, 2003.
203 páginas.


Nadie ha definido exactamente qué es una "novela negra", pero el sentido común le exige cierta decadencia moral en instituciones como la policía o la judicatura, y que el protagonista -escéptico y adicto a la fatalidad- acabe casi tan vapuleado como los cadáveres que entibian las primeras páginas. En este sentido, "Poderes fácticos" -primera novela de Carlos Tromben (Valparaíso, 1966)- acierta sin duda al presentarnos, en pleno abril de 1973, al viejo detective Palma, un tipo delicado de salud y próximo a jubilar que se dirige, rumiando la llovizna, al Cuartel General de Investigaciones. Allí conoce al joven sociólogo Cristián Ortega, quien se convertirá en un colaborador sui generis en la investigación del crimen que Palma tiene a su cargo.

Los muertos son dos -un hombre y una mujer (o eso parecen)- y los móviles del doble asesinato, pese al anillo encontrado en el estómago de uno de los occisos, se perfilan claramente oscuros. Tromben maneja con buen pulso estas primeras escenas, pero tan sugerente economía de medios será pronto amenazada por un afán loable aunque riesgoso: imprimirle a la narración múltiples resonancias -políticas, por ejemplo-, ambición merecedora de mayor pericia en un narrador que, en todo caso, da encomiables muestras de talento.




En “Poderes fácticos”, Carlos Tromben ofrece un relato de razonable suspenso que, además, exhibe el mérito intelectual de no atribuir el origen de la maldad a algún cerebro de mal corazón.





Al desviar el relato e introducir excesivos o calculados ingredientes en un cóctel que simplemente debió ser filoso como un cuchillo y amargo como una revelación, el autor pierde de vista la identificación del lector con un protagonista que lo conmueva, llámese éste Palma u Ortega. Ya atrapados por la intriga, vemos que los personajes son demasiados (o dan esa impresión) y que el narrador se engolosina con una interpretación verosímil pero trillada de las iniquidades cometidas por sodomitas paranazis en cierta Villa Munich, suerte de hormiguero perverso enclavado en el sur chileno. A pesar del evidente vínculo con nuestra historia, el retrato de época suena intercambiable, más descriptivo que vivido desde la interioridad de los protagonistas.

Curiosamente, "Poderes fácticos" pierde su prometedor matiz de novela "negra", y con ello gran parte de su interés, cuando el audaz Ortega cae en las redes de tan espeluznante secta. La narración adquiere entonces un sabor a thriller místico-político y asoman esas "gotas de grasa" cuya inexistencia celebra la contraportada, sin que el tono documental con que se consigna el destino ulterior de cada personaje (y menos aun el texto de cierre en cursivas) logre devolverle al relato su inicial fuerza expresiva.

Con todo, estamos frente a una novela legible y de razonable suspenso, que además exhibe el mérito intelectual de no atribuir el origen de la maldad a algún cerebro de mal corazón, sino a esas fuerzas sin rostro que deciden el rumbo de los países. Se trata aquí de "un país que se está hundiendo y no lo sabe", y es que, en el fondo, nadie sabe realmente nada. A esa indefensión esencial de los individuos como tales ("los perdedores, que son casi todos") apuesta -con asperezas en la factura, pero también con saludable ironía- la poética de Carlos Tromben.


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