miércoles, diciembre 03, 2003

Ricardo. Zaragoza

RedAragón. Cultura

Fusilados en Zaragoza (1936-1939): tres años de asistencia espiritual a los reos

Autor: Gumersindo de Estella
Editorial: Mira Editores

Año de publicación: 2003
Número de páginas: 304
Precio Aproximado: 15€
Genero: No Ficcion


Gumersindo de Estella, fraile capuchino en el convento de Torrero, prestó atención espiritual a los reos del bando republicano fusilados en las tapias traseras del cementerio. El fraile se encargó de anotar en un cuaderno sus experiencias diarias: la llamada del director de la cárcel, la recogida con el coche del médico del penal a las 4.30; el encuentro y conversación con los reos, la porfía, muchas veces en vano, para que se confesaran; su salida en busca del pelotón; su última asistencia y la descarga.

Los historiadores capuchinos Tarsicio de Azcona y José Angel Echevarría se han encargado de la edición del libro, por el que desfilan datos estremecedores: "Ya antes de las cinco de la mañana del día 22 de septiembre de 1937 subíamos a la prisión el padre Víctor y yo en el auto del médico.
-¿Cuántos hay para ser ejecutados hoy-, pregunté al entrar
-Tres mujeres y un hombre-, fue la contestación.
No pude contener un gesto de extrañeza y desagrado... Se llamaban Celia y Margarita ...la tercera era una jovencita por nombre Simona..."

El relato entra en el momento en que, tras escuchar sus sollozos desgarradores, se abre una puerta y las ve. Las dos mujeres llevaban a dos hijitas de pecho en sus brazos y no se querían desprender de ellas. El fraile describe cómo vestían, lo que decían, las conversaciones, el momento de arrancarles de los brazos a las niñas y aquella frase de la joven Simona al saltar del camión junto al cementerio: "Ya quedarán quienes vengarán nuestra muerte".

El Padre Gumersindo ve con pena un retrato de Franco sobre el altar de la capilla en la que invita a oir misa a los reos y siempre anota su reproche: "No quiero confesarme a una religión que me mata". Los testimonios se suceden escalofriantes, intercalados con reflexiones que se hacía en aquellos momentos el sacerdote, triste por la toma de postura de una Iglesia a favor del bando que ordenaba aquellas muertes, sin defensas, juicios ni garantías.



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